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Mañana, por primera vez, Santiago será sede de una fecha del circuito de Fórmula-E. Una competición relativamente nueva dentro del mundo del automovilismo, pero con un impacto mediático creciente que suma millones de seguidores en el globo.

La competencia del futuro, dicen. Un hito deportivo para nuestra capital, pero que ha estado marcada por la polémica. Se desarrollará en pleno centro, en el Parque Forestal, Plaza Italia y la Alameda. Y eso ha generado la molestia de los vecinos.

Es entendible. Muchos de ellos reclaman por las dificultades de acceso, los ruidos molestos y las alteraciones en sus rutinas durante los últimos días. Legítimo reclamo. ¿Pero no son algunas de estas molestias las que genera cualquier evento masivo? ¿No sucede algo similar con una maratón, un  festival de música, un “Muñeco Gigante” por las calles o con la visita de alguna autoridad importante, como el Papa?

Con más o menos similitudes cada episodio genera externalidades en estos espacios. La pregunta que cabe es si esos inconvenientes son suficientes o no para impedir la realización de este tipo de eventos. Cómo se puede compatibilizar el interés de los que se ven afectados temporalmente con el de aquellos que lo apoyan.

Porque estos espectáculos transforman, por unos días, a la ciudad, dándole nueva vida, una cara diferente. Y pueden aportar en objetivos mayores. Es cierto: decir que gracias a esta carrera la electromovilidad ganará fuerza en nuestro país es, quizás, muy optimista.

Tampoco será esta carrera el trampolín suficiente para situar a Chile como una “capital de nivel mundial”. Todos esos son procesos largos, que requieren esfuerzos sostenidos que involucran cambios culturales, urbanísticos e institucionales.

Pero eventos como este SÍ son piezas en esa cadena de largo aliento. Dan visibilidad internacional, nos ponen a prueba logísticamente, refuerzan la industria turística y permiten una vitrina.

Grandes ciudades, como Paris o Roma la apoyan. Otras, como Londres, prefirieron salirse del circuito. Las experiencias son distintas. Chile, y Santiago en especial, tendrá que hacer su evaluación, que DEBE incluir a esos vecinos afectados, para aprender de la experiencia y situar este espectáculo, y otros similares, dentro de una mirada más integral y de largo plazo construída por todos.  

 

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